Una gran exposición dividida en dos centros permite conocer los puntos en común de estos creadores.
Pablo Picasso lo tenía claro: «Algún día, después de mí, tú serás quien abrirá nuevas puertas». Con estas palabras, el malagueño se dirigía a Joan Miró, primero discípulo y luego, con los años, un amigo fiel. Con motivo del cincuentenario de la muerte del autor de «Guernica», dos museos barceloneses han unido fuerzas y equipo para presentar una gran exposición dividida en estos espacios para crear un trabajo entre ambos creadores. La Fundació Joan Miró y el Museu Picasso nos plantean un recorrido cronológico con algunas de las obras maestras de estos artistas, un paseo que se remonta a 1917, momento en el que Picasso visita Barcelona para presentar en el Liceu su particular mirada a «Parade» de Satie con los Ballets Rusos. Fue en ese momento cuando un joven Miró se acercó a la casa de la madre de Picasso para conocer al ya consagrado pintor, aunque se tuvo que limitar ese día con ver los dibujos que con espuma de afeitar había hecho en el espejo.
Si podemos ver en la exposición cómo Miró incorpora un dibujo de Picasso en su óleo «El caballo, la pipa y la flor roja», concretamente un gallo que servía como ilustración picassiana para un libro de Jean Cocteau. Es un periodo en el que Miró realiza una de sus obras más imprescindibles, su célebre «Autorretrato» de 1919 que, junto a «Retrato de una bailarina española», Picasso conservará hasta su muerte como tesoros en su colección privada.
En este paseo partido por la mitad en dos museos podemos saber de la manera en la que Miró y Picasso quedaron atrapados por el surrealismo que prodigaba en París André Breton. Es el momento en el que el malagueño hace una de sus grandes obras maestras, «La danza» y Miró simplifica al máximo su ingenio para hacer su «Retrato de una bailarina». Es en este terreno donde la exposición ofrece una lectura de cómo cada uno de estos genios plasma a la figura femenina aunque, cabe decir, que en el caso del cuadro «Figuras cerca del mar», la lectura misógina que se ofrece en una cartela no parece la más acertada.
Ambos, como se constata en el recorrido juegan a ser poetas y trabajan con poetas, además de ser fieles admiradores del «Ubú Rey» de Alfred Jarry. También compartieron un mismo compromiso social, especialmente con el estallido de la Guerra Civil. Picasso y Miró fueron los autores de los dos principales murales para el Pabellón de la República, diseñado por Sert durante la Exposición Universal de París de 1937. Picasso se encargó de «Guernica» y Miró de «El segador», esta última una obra que se perdió tras el cierre de la muestra.
Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, con Picasso convertido en un símbolo del exilio y Miró viviendo su propio exilio interior entre Barcelona y Palma de Mallorca, los dos artistas apostaron por reinventarse, por seguir plantando cara a los cánones plásticos. A este respecto, Picasso se zambulló en el mundo de la cerámica, reinventando todo lo que se había hecho en ese terreno hasta la fecha. Miró fue uno de los que visitó al malagueño en su taller de Vallauris cuando se encontraba en pleno proceso creativo como ceramista. Era 1948 y Miró salió de allí con la cabeza llena de ideas que se plasmaron en sus propias lecturas de ese terreno hasta aquel momento intenso para su creatividad.
Casi de ese tiempo es una filmación en la que Miró, acompañado de su querido Maeght, visita a Picasso en su finca de La Californie. Ambos juegan, intercambian risas y confidencias, mientras Miró se divierte disfrazándose ante Picasso con una nariz postiza.
La admiración mutua llegó hasta el final. En 1971, un consagrado Joan Miró presentaba sus trabajos más recientes en la Galerie Maeght de París. Las cámaras de televisión fueron a entrevistar al artista, no siempre predispuesto a las entrevistas. Al ser preguntado sobre quién le gustaría que entrara en ese momento en la sala de exposiciones para ver su obra, no dudaba en citar a Picasso. Miró también se dirigía a la cámara para decir a sus amigos que iría a ver su exposición con su pintura en Aviñón para acabar diciendo en catalán «adeu, Picasso, adeu!».