© Sucesión Picasso, VEGAP, Madrid, 2023
Picasso fue tan pródigo escultor como pintor, a ambos aspectos les dedicó igual empeño. Werner Spies, en 1973, catalogó 1228 esculturas y 2800 cerámicas atribuidas a Picasso. Su firme propósito de renovar las ideas y las formas anticuadas del arte también quedó de manifiesto en la práctica escultórica; además, desdeñó desde muy pronto las nociones canónicas que imperaban en ese ámbito.
Picasso entendió la escultura como un acto creativo en el que cabía la libertad de añadir materiales no artísticos - o que otros considerarían innobles - para confeccionar nuevas obras y objetos. Desarrolló, y fue una práctica que mantuvo a lo largo de toda su carrera, el don de revivir lo olvidado; materializado en las maderas y clavos que encontraba y recogía por la calle o en vertederos, y que acumulaba obsesiva y celosamente en sus diferentes estudios.
Desde 1901, año de su primera pieza datada, hasta el final de su vida, la escultura constituyó su ámbito artístico más íntimo, más lúdico y paradójico, pues, al repasar su ingente número de obras, podría llegar a decirse que lo que hacía Picasso era pintar sus esculturas y esculpir sus dibujos. Desde sus primeros pequeños bustos en bronce hasta sus obras más voluminosas en chapa de hierro, su intención fue la de ocupar el espacio mediante el desarrollo de las formas de los cuerpos. Muy probablemente, su intención también fue explicar el cubismo a través de la escultura.