Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
© Sucesión Picasso, VEGAP, Madrid, 2023.
L a celebración del Año Picasso por el 50º aniversario de su muerte, llega a su fin. El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid cierra esta histórica conmemoración con la exposición Picasso, lo sagrado y lo profano, una muestra comisariada por Paloma Alarcó que se presenta en las salas 53, 54 y 55 de la planta primera de la pinacoteca. Se puede visitar hasta el 14 de enero de 2024. En este recorrido vemos cómo Picasso conjugó en su obra lo divino y lo humano y cómo aborda los asuntos más universales de la vida, como la propia muerte, el sexo, la violencia y el dolor. El guion de la exposición se ha vertebrado en tres capítulos: la iconofagia, el laberinto personal y los ritos sagrado y profanos.
Miró a los clásicos
La iconofagia vuelve la mirada a un joven Picasso visitante del Prado, donde descubre a los grandes maesros del Siglo de Oro español; y, también, del Louvre cuando se instala en París. De extraordinaria memoria visual, el autor del Guernica conjugó tradición y modernidad. Sus años de aprendizaje en París coinciden con la rehabilitación de la figura del Greco, quien ejerció influencias sobre el malagueño, como hemos visto en Cristo abrazando la cruz (1587-1596), que puede emparejarse con el picassiano Hombre con clarinete (1911-1912). También miró a Zurbarán y sus naturalezas muertas; y al gran maestro Velázquez, en el Retrato de doña Mariana de Austria (1655-1657), que se puede alinear con Cabeza de hombre (1913). La obra de Picasso es una crónica continuada de su vida, de sus experiencias, obsesiones, conflictos morales y frustraciones. “La obra de uno es como su diario”, afirmó en una entrevista en 1932. Entramos en el laberinto personal. Su diario pictórico de los años 20 nos acerca a sus primeros años de matrimonio con la bailarina Olga Khokhlova, cuya relación se inicia durante el viaje a Italia con Cocteau en 1917 y coincide con el desarrollo de un nuevo lenguaje artístico de estilo clasicista que convivió con su reconocible cubismo. Para Picasso, de hecho, eran lenguajes intercambiables. Lo vemos en su icónico Arlequín con espejo (1923). En la tercera parte, en ritos sagrados y profanos, encontramos un obsesivo interés de Pablo por los rituales cristianos, como Crucifixión (1930), representación del martirio de Cristo; y también paganos, como la figura del toro. En Corrida de toros (1934), el astado, moribundo, es un símbolo del horror, de la tragedia humana y la violencia ancestral de la cultura mediterránea antigua.
Eco en Málaga
Coincide en el tiempo esta exposición con El eco de Picasso, en el Museo de Málaga que lleva el nombre del artista. La retrospectiva, impulsada por la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el arte, el Museo Picasso de París y la Fundación La Caixa, nos ofrece un viaje onírico a través de la mirada de creadores de otras generaciones.