La Casa Encendida se acerca al pintor desde un original punto de vista. Una exposición que, aunque sesuda, engancha, porque tiene algo de juego.
¿Cómo hablar de Picasso desde La Casa Encendida, cuya identidad y métodos de trabajo se apartan tan ostensiblemente de la figura del artista genio, blanco, viejo y casanova? Esta era la cuestión a la que se enfrentaban las directoras de la institución, tal y como ellas mismas cuentan (con otras palabras) tras recibir el encargo del comisario del Año Picasso, el añorado José Guirao. Dado que el artista firmó unos 16.000 cuadros, otros tantos dibujos y 700 esculturas, además de grabados y cerámicas, no es imposible, a pesar de tantas exposiciones realizadas, buscar una excusa para seleccionar un puñado de obras.
Pero la dificultad de exponer a Picasso en 2023 no es encontrar un ángulo original, sino uno que resulte pertinente en un momento en que el mundo del arte (como el resto, pero más) trabaja con planteamientos decoloniales, inclusivos y con perspectiva de género. Pero creo que, entre la comisaria de la muestra, Eva Franch y el propietario de la colección, Bernardo Ruiz Picasso (nieto del pintor), han concebido una exposición que resuelve la cuestión de forma sobresaliente, porque es una intensa experiencia estética y al tiempo un potente artefacto conceptual.